El mundo estaba en crisis. Los gatos se habían extinguido.
Nadie sabía cómo pasó. Un día estaban ahí, ocupando el internet con su grandeza, ignorando a los humanos y tirando cosas de las mesas… y al siguiente, desaparecieron.
El resultado fue catastrófico.
Sin gatos, los ratones tomaron el control absoluto. Se apoderaron de las ciudades, exigieron que los humanos les sirvieran queso a diario y prohibieron las trampas. Las calles eran un caos: edificios infestados de roedores, cultos clandestinos de personas que aún ponían láseres en el suelo esperando que un gato apareciera, y lo peor de todo… los memes dejaron de ser graciosos.
Pero no todo estaba perdido.
Un grupo de científicos del Instituto Internacional para la Restauración de Gatitos (IIRG) hizo un descubrimiento asombroso: un solo gato había sobrevivido.
Su nombre era Bigotes, y era la última esperanza de la humanidad.
—¡Con él podemos clonar la especie! —exclamó la Dra. Ramírez, sosteniendo una foto borrosa del felino.
—¿Dónde está ahora? —preguntó el Dr. González.
—En una casa abandonada, durmiendo.
Un equipo de élite fue enviado a rescatarlo. Al llegar, encontraron a Bigotes en el suelo, panzita arriba, profundamente dormido.
—¿Es este… el último gato? —preguntó uno de los agentes.
Bigotes ni se inmutó. Solo movió una oreja, molesto por la interrupción.
Intentaron levantarlo. Nada. Era como un saco de papas peludas.
Finalmente, tras ofrecerle una caja de cartón y una lata de atún premium, Bigotes accedió a moverse… aunque lentamente. Lo llevaron al laboratorio, donde lo esperaban con una misión histórica: salvar a su especie.
—Bigotes, eres el último de tu clase. Necesitamos tu ADN para clonarte y traer de vuelta a los gatos. ¿Nos ayudarás?
Bigotes bostezó y se estiró. Luego caminó lentamente hacia la mesa de trabajo del laboratorio, miró directamente a los ojos de los científicos… y tiró todos los frascos de muestras al suelo.
—NOOOOOO —gritaron todos.
—¿Por qué haría eso? —sollozó el Dr. González.
—Es un gato… No necesita razones.
El equipo entró en pánico. Sin las muestras, todo estaba perdido. Pero entonces, la Dra. Ramírez notó algo: un solo pelo de Bigotes flotando en el aire.
—¡Tenemos una oportunidad!
Con extremo cuidado, atraparon el pelo, lo metieron en una cápsula y activaron la máquina de clonación. Después de unos segundos de tensión absoluta… apareció un pequeño gatito.
El laboratorio entero estalló en celebración. Los gatos estaban de vuelta.
Bigotes, sin inmutarse, simplemente lamió su pata, bostezó y se acomodó en la caja de cartón. Le daba igual haber salvado al mundo.
Al día siguiente, los primeros clones fueron liberados en la ciudad. En cuestión de horas, los ratones perdieron el control y huyeron despavoridos. El equilibrio había sido restaurado.
Y así, gracias a un gato que nunca pidió ser un héroe (y que, sinceramente, solo quería que lo dejaran dormir), la humanidad recuperó su lugar en el mundo.
Los gatos habían vuelto… y con ellos, la gloria del internet.