
En una ciudad sumida en el caos de un apocalipsis zombie, dos gatos, Chispa y Pixel, se ven obligados a unir sus habilidades para sobrevivir.
Chispa, un gato naranja de mirada vivaz y un ingenio rápido, se topó con Pixel, un esbelto gato gris que, a pesar del peligro, mantenía una calma sorprendente. Mientras recorrían calles desiertas y edificios abandonados, se encontraron con una horda de zombies tambaleantes que parecían confundidos entre el hambre y la lentitud.
—¡Oye, Pixel! —murmuró Chispa, con voz temblorosa pero determinada—. Creo que esos zombies necesitan una siesta… ¿Qué te parece si nos hacemos los invisibles?
Pixel asintió con una mezcla de humor y nerviosismo:
—Invisibles, ¿eh? Si es que a estos zombies también les falta estilo. Mira esa marcha descoordinada… ¡hasta un desfile de gatos se vería mejor!
Con esa broma, ambos se agacharon detrás de unos escombros. Pero sabían que quedarse quietos no era suficiente. Decidieron aprovechar su astucia: Chispa distrajo a los zombies con un maullido agudo y fingió un movimiento errático, mientras Pixel, silencioso como una sombra, los guiaba por un callejón seguro.
Una vez alejados del peligro, se refugiaron en una vieja pizzería abandonada. Entre mesas rotas y carteles desgastados, encontraron un respiro momentáneo. Mientras se recalentaban junto a un viejo radiotransmisor, la conversación se volvió más íntima.
Chispa comentó:
—Nunca imaginé que sobrevivir al apocalipsis fuera tan… cinematográfico. ¡Dos gatos contra el mundo zombie!
Pixel respondió con una sonrisa pícara:
—Pues sí, la vida siempre tiene giros inesperados. Hoy somos los protagonistas de la comedia más absurda y peligrosa de la ciudad.
Entre risas y maullidos cómplices, trazaron un plan para llegar a un santuario que, según rumores, estaba lleno de provisiones y, sorprendentemente, de ratones (aunque estos últimos podrían ser peligrosos aliados o distraídos).
El camino estuvo plagado de situaciones absurdas: se toparon con un zombie que, en lugar de gruñir, parecía estar intentando imitar el sonido de un despertador, y con un grupo de ratas que se habían autoproclamado “gobernantes” de un barrio entero. En cada obstáculo, la colaboración y el humor se convirtieron en sus mejores armas.
—Mira, Pixel —exclamó Chispa mientras esquivaban a un zombie que resbalaba con una cáscara de plátano—, ¡este es el mejor bailarín de zombies que he visto!
Pixel replicó entre carcajadas:
—¡Seguro que necesita clases de ritmo y un buen par de zapatos!
Finalmente, tras muchas peripecias, Chispa y Pixel alcanzaron el refugio prometido. Allí, en medio de la desolación, descubrieron que la verdadera salvación no estaba en huir solos, sino en la fuerza de una amistad inesperada. Con cada obstáculo superado, su vínculo se hacía más fuerte, demostrando que en el caos más extremo, la astucia, el humor y el compañerismo son la clave para sobrevivir.
Y así, entre maullidos de victoria y retazos de humor, los dos gatos aprendieron que, aunque el mundo se estuviera derrumbando, siempre habría un rayo de esperanza, escondido en una esquina y en la mirada cómplice de un amigo fiel.